No podía dormir. Todo daba vueltas en su interior, centrifugando sus miedos, sus errores, sus responsabilidades. ¿Cuánto tiempo llevaba así? Quién sabe. Quizás algún ser ulterior tuviera la respuesta, quizás si alguno quedara, quizás si alguno hubiera, alguna vez, existido. Aguardaba sentado, con las manos en el suelo a que llegará la noche. La oscuridad del día, densa, prominente, no hacía más que alimentar sus demonios internos que le devoraban lentamente, pizquita a pizquita, cachito a cachito como el niño que roe la miga del pan con la esperanza de que su madre no lo aprecie. Pensó en aliarse con esos diablos que seguro tenían una parte amistosa y así poder lidiar con el día. Pensó tantas cosas y a cada cual más descabellada, pero lo hubiera dado todo por un rato de silencio, por un momento de descanso, por hibernar la mente. Cuando el sol parecía ocultarse tras los enormes edificios, algunas luces se encendían dibujando figuras penosas en esas fachadas más altas y anchas que cualquier otro elemento del paraje. A Javi le gustaba interpretar esas figuras, dibujaba personas en actividades tan utópicas como el pasear, el jugar o el perder el tiempo. Le gustaba crearlas porque parecía que así se evadía levemente de la realidad, porque parecía que podía alcanzar su objetivo. En el interior de esas luces se podía observar a autómatas vistiéndose, preparándose para aguantar con aparente estoicidad, el día. El trabajo. El trabajo era lo único que no había cambiado. A veces intentaba recordar el pasado, y en momentos de extrema lucidez, aparecían borrosas ciertas imágenes de su familia, de sus amigos. Sonaba distorsionado el agua avanzando impetuosamente por todos los obstáculos que la naturaleza le ponía, como si fuera un juego entre los dos, como si esas rocas, esos palos, esos cambios de relieve fueran pruebas de una gymkhana. Cuando se esforzaba mucho, tanto que al finalizar casi se desvanecía, podía verse tumbado sobre el césped, respirando la paz, escuchando la nada, sintiendo los rayos acariciando su piel.
La luna apareció en el cielo gritando, haciendo el máximo ruido por si quedara algún rezagado aún en la cama. La luna no podía permitirse dejar a nadie durmiendo, si no, no estaría cumpliendo su trabajo y ya se lo habían advertido en el momento de la firma del contrato, “esto tendría repercusiones muy graves, y no queremos nadie que pase nada malo, ¿verdad?”. No, Javi tampoco quería que pasara nada malo. A su lado despertó Sandra, cansada, apática, sintiendo lo mismo que Javi (al menos algo similar), pero resignándose, aceptando con pena, pero aceptando la vida que le había tocado. Y en muchas ocasiones se enfadaba con Javi, decía que con esas ideas no iba a llegar a ningún lado. “No pido tanto, de verdad, solo quiero que todo sea como antes, como antes de –se le entrecortaron las palabras y la voz parecía enmudecer- de todo aquello”. Por su mente corrieron imágenes claras, nítidas, límpidas y una frase retumbó en su cerebro, aunque él juraría que también temblaron el suelo y las paredes (a pesar de los dobles refuerzos tanto en los cimientos como en los pilares maestros, diseñados por el galardonado profesor Martínez, ingeniero contra los efectos y defectos terrenales. Investigador incansable involucrado en proyectos de calado internacional como la devolución de la lava al interior de la corteza terrestre por medio de un túnel hasta el centro de la tierra inspirado en los textos de Verne o la purificadora de CO2, que elimina los gases de dióxido de carbono mientras reconstruyen y fortalecen la capa de Ozono). “Tenemos tiempo, pero tenemos que actuar, es una situación de emergencia, pero aún podemos revertirla”.
El concentrado de café de tan caliente expulsaba un humo denso que inundaba los 15 metros cuadrados en los que vivían, y al chocar contra el frío exterior cubría las paredes con diminutas gotas de vapor de agua que caían irremediablemente hasta el suelo ante la mirada abúlica de ambos. Salieron de casa y se separaron en el lugar de siempre, como si siempre fuese el mismo día eternamente. Pero hoy Javi tenía una actitud distinta como si esas palabras no solo hubieran retumbado en su cerebro, si no, también en su corazón. Mientras caminaba escuchaba “Aún tenemos tiempo”, pero esas palabras no las gritaban los altavoces de la calle que recriminaban a aquellas personas que caminaban más lento, que pisaban fuera de la baldosa que les correspondía, que dejaba pasar un autobús como si ese retraso pudiera aplicarse a la vida misma. No, esas palabras venían de lo más profundo de su mente. No recordaba tener un recuerdo tan vívido, tan tangible. Cada vez que escuchaba esas palabras apretaba aún más los puños, clavándose las uñas en la piel, sangrando rabia.
Dieciséis horas después (tantas horas de trabajo era debido, según justificaban, a que no era saludable respirar el aire de la calle, por ello, por la salud de los ciudadanos, se imponía esta medida) Javi se encontró con Sandra en el mismo lugar de siempre. El mismo saludo casi afectuoso de siempre, las mismas palabras casi emotivas de siempre. En el ascensor, de camino al piso 47 en el que vivían, Javi volvió a escuchar esas palabras. Lo tenía claro, ahora sí, sabía que tenía que actuar. Recordó unas palabras de su madre hace muchísimo tiempo; le dijo que existía un lugar donde todo es distinto, un lugar que algunos exploradores habían situado entre lo fáctico y los sueños. Le costó recordar el nombre, era una palabra totalmente en desuso. Terminó encontrando el vocablo. “Libertad, sí, eso es, Libertad” –se dijo-.
“Aún tenemos tiempo” volvió a escuchar y parecía que esta vez era Sandra quien pronunciaba estas palabras. “Qué va, amor, ya no hay tiempo” –y, esta vez sí, sonó totalmente emotivo-. “Voy a buscar la Libertad” –le dio tiempo a decir mientras caía desde el piso 47, de la parte superior del primer tercio del edificio-. Una lágrima se precipitó también al vacío desde los ojos apagados de Sandra, como esas gotas que resbalaban irremediablemente por la pared grisácea, cayendo poco después sobre el cuerpo de Javier que parecía había encontrado ya la felicidad.
Création inédite de Diego Sánchez-Cascado
On a le temps – Traduction vers le français de Javier Herrero González
Il n’arrivait pas à dormir. Tout tournait autour de lui, centrifugeant ses peurs, ses erreurs, ses responsabilités. Depuis combien de temps cela durait ? Qui sait. Peut-être qu’un individu externe avait la réponse, si jamais il en restait, peut-être, s’ils avaient existé un jour. Il attendait assis, les mains sur le sol, que la nuit arrive. L’obscurité de la journée, dense, proéminente, ne faisait que nourrir les démons intérieurs qui le dévoraient lentement, petit à petit, bout par bout, comme le gamin qui ronge la mie du pain en espérant que sa mère ne s’en rende pas compte. Il pensa à s’allier à ces démons – qui avaient sûrement un côté gentil – afin de pouvoir ainsi faire face au quotidien. Il pensa tellement de choses, les unes plus folles que les autres, mais il aurait tout donné pour un moment de silence, pour un moment de repos, pour mettre son esprit en mode veille. Lorsque le soleil semblait se cacher derrière les énormes bâtiments, quelques lumières s’allumaient et dessinaient de tristes silhouettes sur ces façades plus hautes et larges que n’importe quel autre élément de cet endroit. Javi aimait interpréter ces silhouettes, il dessinait des personnes faisant des activités utopiques telles que se promener, jouer ou perdre son temps. Il aimait les créer, car cela lui donnait l’impression de s’évader légèrement de la réalité, parce qu’il avait l’impression qu’il pouvait atteindre son but. À l’intérieur de ces lumières, on pouvait apercevoir des automates qui s’habillaient, qui se préparaient – en apparence – à affronter la journée de manière stoïque. Le travail. Seul le travail n’avait pas changé. Parfois, il essayait de se souvenir du passé et, dans des moments de lucidité extrême, surgissaient certaines images floues de sa famille et de ses amis. On entendait le son déformé de l’eau qui avançait impétueusement, passant au-dessus des obstacles que la nature lui tendait, comme s’il s’agissait d’un jeu entre les deux, comme si ces pierres, ces branches, ces changements de relief, étaient les épreuves d’une chasse au trésor. Quand il faisait un grand effort, si grand qu’il finissait presque par s’évanouir, il pouvait se voir allongé sur l’herbe, respirant la paix, écoutant le néant, sentant les rayons du soleil effleurer sa peau.
La lune apparut dans le ciel en criant, faisant un maximum de bruit au cas où quelqu’un serait encore resté au lit. La lune ne pouvait pas se permettre de laisser dormir qui que ce soit, car elle serait alors défaillante dans son travail et on l’avait déjà prévenue à la signature de son contrat : « cela aurait de très graves conséquences et nous ne voulons pas cela, n’est-ce pas ? » Non, Javi ne voulait pas non plus que quelque chose de grave arrive. Sandra se réveilla à côté de lui, fatiguée, apathique, elle ressentait la même chose que Javi (ou du moins quelque chose de similaire), mais elle se résignait, elle acceptait cette vie, tristement, mais elle l’acceptait. Elle s’énervait contre Javi à de nombreuses occasions, elle lui disait que ses idées ne le mèneraient nulle part. « Je ne demande pas grand-chose, vraiment, je veux seulement que tout soit comme avant, comme avant… – les mots lui échappaient – avant tout ça. »
Dans sa tête défilèrent des images claires, nettes, et une phrase vibra dans son cerveau, même s’il pouvait jurer que le sol et les murs vibraient aussi (malgré les doubles renforcements des fondations et du pilier central, conçus par le célèbre professeur Martínez, un ingénieur primé contre les effets et les défauts des terrains, un chercheur acharné impliqué dans des projets internationaux, tels que le retour de la lave à l’intérieur de la croûte terrestre au travers d’un tunnel jusqu’au centre de la terre, inspiré par les textes de Jules Verne ; ou le purificateur de CO2 qui élimine le dioxyde de carbone en attendant qu’ils reconstruisent et renforcent la couche d’ozone) : « On a le temps, mais on doit agir, c’est une situation d’urgence, mais on peut encore inverser la tendance ».
Le concentré de café chaud expulsait une fumée épaisse qui envahissait les 15 mètres carrés dans lesquels ils habitaient et, au contact du froid extérieur, cela recouvrait les murs de minuscules gouttes de vapeur qui tombaient inévitablement sur le sol, sous le regard apathique du couple. Ils sortirent de leur logement et se séparèrent là où ils l’avaient toujours fait, comme si toujours était éternellement le même jour. Mais, aujourd’hui, Javi avait une attitude différente, comme si ces mots ne retentissaient pas seulement dans son cerveau, mais aussi dans son cœur. En marchant, il entendait « on a encore le temps », mais ces mots ne venaient pas des hauts-parleurs dans la rue qui reprochaient à certaines personnes de marcher lentement, de marcher en dehors du carreau qui leur correspondait, de laisser passer un bus, comme si ce retard pouvait s’appliquer à la vie même. Non, ces mots venaient du plus profond de son cerveau. Il ne se rappelait pas avoir un souvenir si vif, si tangible. Chaque fois qu’il entendait ces mots il serrait encore plus les poings, se plantant les ongles dans la peau jusqu’à la faire saigner.
Seize heures plus tard (il travaillait aussi longtemps parce que, soit disant, ce n’était pas bon pour la santé de respirer l’air de la rue), Javi rencontra Sandra à l’endroit habituel. Ils se dire bonjour de façon affectueuse, comme d’habitude, les mêmes mots presque touchants, comme d’habitude. Dans l’ascenseur, en montant jusqu’au 47ème étage, là où ils habitaient, Javi entendit à nouveau ces mots. C’était clair, là il savait que le temps était venu d’agir. Il se souvint des mots prononcés par sa mère il y a très longtemps ; elle lui avait dit qu’il y avait un endroit où tout était différent, un endroit que certains explorateurs avaient situé entre le factuel et les rêves. Il avait du mal à se souvenir du nom, c’était un mot que plus personne n’utilisait. Il finit par le trouver : « Liberté, c’est ça, liberté » – se dit-il.
« On a encore le temps » entendit-il à nouveau et, cette fois-ci, on aurait dit que c’était Sandra qui prononçait ces mots. « Pas du tout, mon amour, on n’a plus le temps » – et, cette fois, c’était vraiment touchant. « Je pars à la recherche de la liberté » – eut-il le temps de dire pendant qu’il tombait du 47ème étage, de la partie supérieure du premier tiers de l’immeuble. Une larme tomba aussi dans le vide depuis les yeux éteints de Sandra – comme ces gouttes qui glissaient irrémédiablement sur le mur grisâtre – tombant peu après sur le corps de Javier, qui semblait déjà avoir trouvé le bonheur.